domingo, 22 de diciembre de 2013

Las sombras de la noche

La siguiente historia participa en la convocatoria del 2º Juego de Otoño, organizado desde "Cuentos íntimos".

LAS SOMBRAS DE LA NOCHE


Clara observaba los cambios en el paisaje a medida que la carretera se adentraba en el parque natural y se enfilaba hacia lo alto. Empezaba a anochecer y poco a poco las sombras se hacían más presentes.

Se giró hacia Raúl, que conducía atento a las curvas de la sinuosa carretera de montaña. Habían reservado una habitación en un hotelito, situado en el centro del parque y junto a un lago. La intención era disfrutar el fin de semana en un entorno atractivo y olvidarse de problemas.

También de Enrique. Se había hecho el firme propósito de dejar atrás aquella historia definitivamente, pero presentía que sería difícil. Él no cejaría fácilmente en dejarla marchar y si había conseguido apartarse, había sido gracias a Raúl, que parecía protegido de sus artes oscuras.

Al poco se abrió una hondonada. El edificio destacaba delante de la tupida arboleda que la limitaba al fondo. Dejaron la carretera y siguieron por un camino de grava. Un rótulo señalaba la zona de aparcamiento. Después de parar y bajar del auto, dedicaron unos momentos a respirar el aire puro, ligeramente húmedo y con olor a bosque.

Una vez pasaron por la recepción y dejaron sus bolsas de viaje en la habitación, decidieron dar un paseo. Equipados con un par de linternas y un radiocasete, se adentraron en el sendero que descendía hasta el lago.

—¿Has traído alguna música en especial? —preguntó Clara.

—Bueno, como vamos hacia el lago pensaba cómo sonaría allí un tema del último trabajo de Mike Oldfield.

—¿Cuál?

—The Lake.

—Me lo tenía que haber imaginado. Pero recuerda que no hemos venido sólo a escuchar música.

—Eso después —respondió Raúl—, que por aquí debe haber mosquitos y de todo.

—No seas quejica, hombre, venga, que ya llegamos.

Habían desembocado en un gran espacio abierto. Las estrellas arrancaban sutiles reflejos de la superficie del lago, ligeramente en movimiento por la brisa nocturna. Alrededor la arboleda, densa y tupida. Se sentaron en unas raíces, recostados contra el tronco de un gran árbol y fundidos en un abrazo. La música acabó olvidada a un lado.

Casi perdieron la noción del tiempo. Comenzaron a sentir el fresco de la noche y pensaron en volver, en busca del calor acogedor.

Cuando llegaron al edificio comprobaron que ya se había hecho tarde para cenar. Tampoco tenían mucha hambre, así que podrían apañarse con lo que habían llevado dentro de las bolsas de viaje, en previsión de que les ocurriese como había sucedido realmente.

Ya estaban arriba en la habitación, cuando Raúl pensó que para la mañana siguiente no les quedaría gran cosa y no sabían nada sobre los horarios del hotel.

—Bajo un momento para ver cómo va aquí lo del desayuno. Vuelvo enseguida, Clara.

—Vale, pero no tardes mucho —dijo con un mohín, le apetecía su compañía.

La puerta se cerró, dejándola sola en la habitación. Cruzó hacia la salita que daba al exterior. Afuera era noche cerrada y debía haber refrescado bastante la temperatura. Apagó la luz de la habitación y se entretuvo mirando por el amplio ventanal. Estaban en la parte trasera. La arboleda dominaba la escena, recortada contra el cielo estrellado.

Estaba abstraída cuando sintió un intenso escalofrío y puso las manos sobre el radiador, que mantenía cálida la estancia, para recuperarse. De pronto sintió unas manos que le acariciaban la espalda. Se arqueó en busca del contacto. Las manos avanzaron hasta verse rodeada en un abrazo. La boca en su cuello le erizó la piel. Un tacto de seda se deslizó por su frente, velando sus ojos y difuminando los objetos.

Se dejó llevar hacia la habitación, atrapada en el abrazo. Cuando cedió la presión se volvió. La mínima luz que entraba por el ventanal recortaba la figura de su pareja, dejándola en completa oscuridad. Sus manos empezaron a desvestirla. En el silencio, sólo el roce de la ropa con la piel y sus respiraciones, cada vez más agitadas. Un paso hacia atrás y ambos descendieron sobre el lecho.

Clara sintió como su cuerpo respondía con inusitada celeridad a sus caricias, a sus besos. Debía ser la energía que emanaba de las manos, de los labios y de todo el cuerpo masculino. No había sospechado que Raúl pudiese comportarse así. No lo había hecho las otras veces. Le vinieron recuerdos de otras noches que quería olvidar. Volvió a concentrarse en el momento. Estaba húmeda. Ansiosa de sentirle en su interior. Él leyó en su cuerpo y se deslizó en ella, llenándola en un crescendo de sensaciones. Empezó a sentir oleadas que removían su ser. Le agarró con todas sus fuerzas. Las piernas cruzadas tras él le empujaban aún más dentro en cada movimiento. Llegó su explosión. Le estrujó con deseo hasta que él también se desbordó.

La unión siguió un rato más mientras se apaciguaban los corazones. Clara se sintió flotar en un duermevela mientras su cuerpo se iba relajando lentamente. Al rato echó la mano hacia el tul de seda. Al principio no lo encontró. Se había desplazado hacía rato y ahora estaba a modo de diadema. Sin darse cuenta, había mantenido los ojos cerrados, concentrada en todas las sensaciones que había disfrutado.

Se movió en la cama. Estaba sola. Miró hacia el baño, la puerta entreabierta dejaba ver que la luz estaba apagada. ¿Dónde estaba él entonces? Se incorporó y miró alrededor. La penumbra no mostraba ninguna figura. La Luna se había elevado por encima de los árboles y ahora iluminaba la salita, vacía también. Sorprendida y recelosa, se acabó de levantar. Fue hasta la salita y recuperó su ropa. Se vistió. Estaba intranquila. ¿Qué había ocurrido?

La puerta se abrió y entró Raúl.

—¿Qué haces con la luz apagada? ¡Ah! Vale, estás ahí —dijo acercándose hasta donde estaba ella y miró por el ventanal—. La verdad es que visto así, resulta impresionante.

Clara no sabía a qué atenerse.

—¿Has estado todo este rato fuera por lo del desayuno?

—Bueno, no ha sido tanto. O tal vez sí, quince minutos a lo sumo. Oye, que lo siento, no tendría que haberte dejado aquí sola.

—¿Y no has vuelto para nada?

—¿Qué te pasa? No me digas que has visto un fantasma.

Clara se revolvió en sí misma. Si Raúl supiera..., pero no podía decirle nada. ¿Cómo sentiría si le dijese lo que había pasado?

—No me pasa nada, es que..., no sé, de repente no me encuentro bien, pero ya se me pasará, no te preocupes, ¿vale?

—Estás un poco rara, Clara. ¿De verdad que...?

—Que no, venga, vamos a picar algo antes de dormir.

Clara se dirigió hacia el rincón donde habían dejado las bolsas de viaje. Habían contado con que según la hora, se tendrían que apañar con lo que hubiesen llevado.

Después, con todo recogido, Raúl se acercó a Clara y la abrazó.

—¿Cómo estás?

—Me tendrás que disculpar, Raúl, ya sé que habíamos organizado el fin de semana para estar juntos, pero es que...

—No te preocupes.

—Me sabe mal, de verdad, es que no sé lo que me ha pasado.

Clara notó su frustración. Le vio entrar en el baño, cabizbajo. Fue hacia el ventanal. Miró fuera. Todo seguía igual. Ella no, había vuelto su pesadilla. Tenía que librarse como fuese.

Pasaban las horas, pero el sueño se hacía de rogar esa noche para Clara, que se veía enfrentada a una situación incómoda. Hacía unos meses que había roto con Enrique. Había pensado que ya se había liberado de su influencia, pero después de lo que había vivido poco antes sabía que no, que él no la dejaría marchar así como así y mucho menos con Raúl.

Sólo había una manera de librarse de aquella pesadilla. Él no lo comprendería, intentaría seguir. Tendría que hacerle daño, aunque aún le doliese más a ella, para que se alejase de su vida y se rompiese aquel amarre malsano.

Tal vez algún día fuesen amigos otra vez.


Selin


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